Cuando uno recorre en bicicleta y se pone frente a la inmensidad de la naturaleza reconoce que el ser humano solo es un diminuto grano de arena en el zapato de un gigante y que no vale la pena desperdiciar el tiempo en preocupaciones, peleas, discusiones o arrogancias. Somos tan diminutos que incluso el sol podría albergar hasta 109 planetas tierra en su superficie. Somos tan pequeñitos en este cosmos.
Esta descripción fue la sensación que tuve cuando subí a la montaña “Morro da Igreja” en Brasil, situado a 1822 m s. n. m., la vista fue impresionante, sólo me quedó contemplarla y pensar en la idea de que todo lo sagrado es toda la naturaleza en sí.
Por eso no tenemos que tener miedo de cometer errores y volver a intentar, no hay nada más urgente que vivir lentamente contemplando la vida. No trates de ser perfecto o procurar una ambición excesiva. No tomes tan en serio las cosas.
Salí a viajar, tomá más riesgos, subite a una montaña, tirate a nadar en ríos, contemplá más atardeceres y tratá de ser menos higiénico. Ser exageradamente higiénico te impedirá realmente disfrutar de la vida y la naturaleza. Enamorate intensamente y no sufras por amor.
Concentrate en solucionar los problemas reales y no gastes energías en los que solo son imaginarios. No compres más cosas innecesarias, reduce la vida a lo esencial, viviendo mejor con menos y siendo minimalista.
Mi desafío de atravesar tres países de Latinoamérica en bicicleta durante 5 meses se transformó en gran parte en una experiencia de mucho autoconocimiento; reencuentro con uno mismo y una observación constante de nuestros propios actos. El autoconocimiento nos lleva a mirarnos al espejo, reconocernos, volvernos más sensibles a las propias emociones y ser conscientes del tipo de acciones que tomamos al experimentar miedo, tristeza o felicidad.
Pedalear por la Mesopotamia Argentina.
En mi artículo anterior relaté la hermosa odisea pedaleando la tierra colorada de la provincia de Misiones, cruzar la ruta 12 y subir el Valle del Kuña Piru, ubicado cerca de Aristóbulo.
En la ciudad de Aristóbulo del valle pude descansar una noche y ya para el otro día instalé bien las alforjas y tomé rumbo por la ruta 14, cruzando varias comunidades y ciudades como: Dos de mayo, San Vicente, Fracran, Paraíso, finalmente llegando a la ciudad de San Pedro.
Si el litoral del Paraná sobre la ruta 12 tenía mucha influencia de la cultura paraguaya, en la ruta 14, ya en la frontera con Brasil, la influencia era de los brasileños; la gente te empezaba a hablar en español y terminaba en portugués, escuchar y bailar música brasileña es casi normal en esta zona. Conste que en esta parte de la frontera se llevan tan bien los hermanos argentinos y brasileños que cuando juega la celeste contra la verdeamarela se registra solo alegría y ningún incidente.
En San Pedro me puse a descansar y el día siguiente salí temprano por la ruta provincial 27, cerca de la reserva provincial Esmeralda ya en la frontera entre Argentina y Brasil, hice más de 60 kilómetros, me registré en migraciones del lado argentino y crucé el puente internacional Peperi Guaçu, sin embargo mi sorpresa fue que en el lado brasileño no funcionba migraciones, rápidamente retome el camino rumbo a San Pedro completando más de 100 kilómetros ida y vuelta. Llegué cansado, pero a la vez tuve la oportunidad de conocer nuevos amigos que me hicieron disfrutar horas de charlas.
Rumbo a Paraje Rosales y el puente Internacional Peperi Guazu.
Para el otro día y todavía con el cansancio me preparé a partir rumbo a Bernardo de Irigoyen, frontera seca entre Argentina y Brasil. Pedaleé pasando comunidades como: Cruce Caballero, Tobuna, Peñalito Sur. El cansancio me consumió por completo y en la ruta por primera vez me sentí abatido y derrotado por completo.
Pero finalmente llegué a Irigoyen y rápidamente pasé la frontera y me instalé en Dionisio Cerqueira, Santa Catarina Brasil, me tomé algunos días para recuperarme bien y planificar la ruta de mi nuevo viaje ya en Brasil.