El automóvil llegó y cambió a la ciudad y la vida de tal forma que sus efectos están totalmente normalizados por la mayoría. Difícilmente alguien se cuestione la construcción de calles y avenidas a pesar de que estas impliquen la destrucción de espacios verdes y públicos. Los reclamos por unas veredas limpias y seguras, donde el peatón circule con comodidad no se comparan con las demandas por calles asfaltadas y sin baches. La diferencia es tal que las veredas dependen de la voluntad del frentista mientras que las calles del gobierno nacional o regional. Si nos preguntamos por qué llegamos a este estado, entre varios motivos se encuentra que el automóvil es un símbolo cultural que se ha impuesto con fuerza en todo el mundo. Indicador de estatus, prosperidad, felicidad y libertad, la propaganda en el siglo pasado minó el imaginario colectivo con la idea de personas plenas en sus automóviles rápidos, eficientes y seguros.
Pero con el transcurrir del tiempo, ocurrió todo lo contrario. Según una encuesta del INE y el PNUD, solo en Asunción la velocidad promedio en hora pico es de hasta 5 km/h, esto es la tercera parte del ritmo de un maratonista. El crecimiento de la flota de automóviles (un millón y medio de personas entran y salen de la Capital) ha derivado en la construcción de más calles, viaductos, etc. Nada ha paliado el problema, la famosa paradoja de Braess se cumple: adicionar carreteras, empeora la situación. Más calles, más autos, mayor tráfico.
Como medio de transporte, tampoco es eficiente. Por un lado, la universalización del automóvil es imposible, ya que para que todos tuviéramos uno, ciudades enteras deberían ser reemplazadas por caminos, algo totalmente inviable. Por el otro, el automóvil es mucho más costoso que otros medios, como el tren o el bus. En Capital, solo el 17% de las personas utiliza el transporte público (cada vez menos), mientras que el 29% conduce un automóvil (cada vez más). Si esto se mantiene constante, como todo apuntaría, la crisis de la movilidad empeorará. Apostar por un buen transporte público puede ser una solución.
Pero tal vez el peor problema se encuentre en la seguridad. En el mundo, más de un millón de personas mueren en accidentes de tránsito por año según la OMS y más de la mitad del total de las víctimas son peatones, ciclistas o motociclistas. En Paraguay, el impacto económico de los accidentes es el 3% del PIB. En el primer trimestre del 2023, más de 1500 personas resultaron lesionadas en siniestros viales, de ellas, 248 fallecieron. Un tercio de esos decesos se dio por choques.
Sumado a todo esto, vemos cómo los automóviles han invadido las calles, las veredas y también grandes espacios urbanos convertidos en estacionamientos. La violencia contra el peatón está en su exclusión, en la imposibilidad de usar las calles y moverse por la ciudad, obligado a rendirse ante el automóvil, un círculo vicioso difícil de parar.
Si las calles no son devueltas a las personas viviremos en reductos limitados por rutas y avenidas donde las ciudades sirven a los autos y ya no más a sus habitantes.
Fuentes consultadas:
Accidentes de tránsito su impacto socioeconómico en la familia