Se suele decir que la mayor tristeza y arrepentimiento de las personas en su lecho de muerte es no haber vivido lo suficiente para viajar o visitar un ser querido o amigo, nos pasamos priorizando siempre lo urgente y no realmente lo importante, postergamos todo para más tarde, nos enfocamos más en ganar dinero, tener éxito personal o luchamos por lograr algún tipo de reconocimiento. No estoy haciendo apología a la pereza o dejadez, solo trato de cuestionar lo que realmente importa y priorizamos en la vida.
Es que estoy viajando en bicicleta hace casi tres meses, crucé tres países y ya completé más de 2300 kilómetros de pedaleo y cada día lamentablemente estoy más cerca de la meta que me propuse, en este momento estoy en las hermosas playas de Florianópolis y en cada segundo del viaje verdaderamente mi alma se ha enriquecido de las horas de charlas con la gente, de aprender nuevas culturas, gastronomías, idiomas, amor, espiritualidad y mucha naturaleza.
Cada vez que pienso en esta hermosa locura de viajar en bicicleta, pienso también que no me arrepentiré hasta el lecho de mi muerte por este merecedor regalo y tiempo invertido en mi vida, es que cumplir así un sueño también me hizo madurar más, mirar más lejos, perder el miedo y fortalecer más mi alma.
Conocer la ciudad más fría del Brasil.
Luego de un largo reposo y recuperación por la rodilla inflamada en la ciudad de Lages, una vez más instalé las alforjas y me puse a pedalear por la sierra catarinense llegando a la pequeña ciudad de Urupema. Este municipio se encuentra a 1350 m s. n. m. y tiene 2453 habitantes, se mantiene con un clima temperado marítimo promediando anualmente 13°C siendo la ciudad más fría del Brasil.
En los días más fríos del invierno, el termómetro llega hasta los -6°, además de la caída de nieve y fuertes heladas.
Llegué en Urupema con mucho frío y de noche, me instalé en el hospedaje Clã do Sol ubicado en las alturas de la pequeña ciudad, el dueño del lugar me recibió con un delicioso caldo de verduras y efectivamente en la noche comprobé que era la ciudad más fría del Brasil, porque verdaderamente sentí una temperatura muy baja, obligándome a usar más de un abrigo.
En el siguiente día salí a conocer el centro de la pequeña ciudad, la Iglesia Matriz Santa Ana, la plaza Manoel Pinto, el famoso termómetro de la plaza, el observatorio de Trutas (pez originario de Canadá) y el río Caronas que cruza a la orilla de la ciudad.
Cascada congelada.
Aproveché el día y tomé un camino viejo de piedras, R. Evaristo Pereira y fui a conocer la cascada congelada. Si bien el día que llegué la cascada no lo estaba, en el invierno el agua del lugar suele quedar completamente congelada. Ese día aproveché el sol, disfruté de la vista y almorcé un rico sandwich frente a la cascada para luego pasar por el mirante del “Morro das Antenas” y salir otra vez a la ruta SC 112 y así llegar al municipio Río Rufino.
Viajar sobre camino de piedra rumbo a Urubici.
Luego tomé la ruta 475, viajé lentamente más de 35 kilómetros sobre camino de tierra y al costado del hermoso río Canoas. La ruta está llena de naturaleza, fauna y paisajismo. Por el camino aproveché para cargar mi termo con agua natural que brota en las orillas del camino, además no perdí tiempo y me tiré a nadar y disfrutar del río.
Llegué a la ciudad de Urubici de noche y conseguí un albergue en el Hostal Heyokah, lugar donde me quedé a disfrutar y trabajar durante 27 días, pero sobre esta ciudad tan hermosa y mágica voy a contar en el siguiente artículo.